donde se reunía el Senado de Roma. Los líderes de la conjura contra César fueron tres: Bruto, Casio y Casca.
Bruto era hijo de Servilia, la más famosa amante de César. Los romanos murmuraban diciendo que Bruto era hijo de César. No lo era, pero lo cierto es que César le amaba como a un hijo.
Casio estuvo con César en la Guerra Civil aunque las cosas no salieron como esperaba, y Casca siempre estuvo contra César.
La noche del 14 al 15 de marzo Calpurnia, la esposa de César, tuvo malos presagios y al amanecer rogó a su marido que no fuera al Senado. Tanto insistió que César estuvo a punto de hacerle caso, pero uno de los conjurados llegó y le convenció para que no diera crédito a las "supersticiones de mujer".
La mañana del 15 acudió al Senado sin más protección que la compañía de sus colaboradores más cercanos. Dentro del edificio público, los conspiradores se encargaron de llevarse a Marco Antonio a un lugar apartado. Los asesinos eran conscientes de que Marco Antonio, además de fiel a César, era un hombre corpulento y dado a arranques de ira. Antes de que diera comienzo la reunión senatorial, los conspiradores se apiñaron en torno al dictador fingiendo pedirle distintos favores. Lucio Tilio Címber, que había servido a las órdenes del César, le reclamó que perdonará a su hermano que se encontraba en el exilio. Mientras el dictador romano trataba de calmar al grupo, Címber tiró de la toga de César y mostró su hombro desnudo: era la señal acordada. Casca sacó su daga y le apuñaló, pero sólo fue capaz de arañar el cuello del dictador. Según algunas versiones, César agarró los brazos de Casca y forcejeó con él intentando desviar la daga.
El general romano no sólo se defendió por unos segundos de los ataques, sino que fue capaz de sacar un afilado estilo( punzón ) y herir a varios hombres, al menos dos, incluido a Bruto en el muslo. Tras el ataque de Casio, los otros conjurados se unieron a la lucha propinando a César numerosas estocadas y tajos. Sólo dos senadores de los presentes trataron de ayudar al dictador, pero no consiguieron abrirse camino. Sin que sea posible de comprobar, puesto que las fuentes presentan distintas versiones, Marco Bruto fue uno de los últimos en apuñalar a César, con una herida en la ingle, y al que habría dirigido el famoso «tú también hijo mío». Con 23 puñaladas en su cuerpo –aunque sólo una realmente mortal–, Julio César se cubrió con su túnica púrpura en el último esfuerzo por mantener la dignidad y cayó al suelo desplomado junto al pedestal de la estatua de Pompeyo Magno que presidía la Curia del teatro de Pompeyo.
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